El año pasado el Ministerio de Educación realizó una evaluación general de diagnóstico, en que se miden las competencias de los alumnos españoles en diferentes materias. Estas pruebas las realiza un organismo independiente y son iguales para toda España. Entre otras, se evaluó el nivel de castellano de los alumnos de 4º de primaria. Los resultados situaron a Catalunya en el noveno lugar, con una puntuación 2 puntos superior a la media española y por delante de Andalucía, Murcia, País Vasco, Extremadura, Comunidad Valenciana, Galicia, Baleares y Canarias.
Hace un par de meses se realizó la segunda evaluación general de diagnóstico, esta vez con alumnos de 2º de ESO. Los resultados fueron similares. Catalunya obtuvo el undécimo puesto en lengua castellana, con una puntuación 2 puntos superior a la media, de nuevo, y por delante de Andalucía, Extremadura, Galicia, Canarias, Comunidad Valenciana y Baleares.
De estas evaluaciones se pueden extraer diversas conclusiones. La primera de ellas es que el nivel de castellano de los niños y adolescentes catalanes es similar a los del resto de España. En todo caso, algo superior a la media. La segunda es que Catalunya, con un sistema consolidado de inmersión lingüística del catalán, obtiene casi siempre mejores puntuaciones en dominio de castellano que otras autonomías marcadamente bilingües en que no se practica tal sistema. La tercera es que no se puede inferir, atendiendo a un método científico riguroso, que la inmersión lingüística castigue el conocimiento del castellano. Al contrario, el obtener mejores puntuaciones que otras comunidades bilingües parece indicar que la inmersión lingüística es más bien beneficiosa desde un punto de vista educativo. Ello sin tener en cuenta otras consideraciones, como la cohesión social o la protección de la cultura minoritaria.
En 1979, el 24% de la población de Catalunya no entendía el catalán y un 61% de los habitantes de la provincia de Barcelona habían nacido fuera. Ante tal situación, se descartó la educación en función del idioma y se acordó el sistema de inmersión lingüística, a imitación de Quebec, en que tal sistema estaba dando buenos resultados. Después de más de 30 años, un 95% de la población de Catalunya entiende el catalán y el 100% entiende el castellano. Parece claro que el modelo no ha supuesto ningún retroceso para el castellano y, en cambio, sí que ha supuesto un avance para el conocimiento del catalán. Es decir, el resultado a la postre ha sido un incremento del conocimiento de idiomas por parte de la población. Actualmente, todo catalán entiende dos idiomas, como mínimo. Y el conocimiento de las dos lenguas oficiales ofrece igualdad de oportunidades a todos los catalanes tanto para relacionarse y entenderse con normalidad con sus conciudadanos, utilicen el idioma que utilicen habitualmente, como para optar a trabajos en que se requiere el conocimiento de ambas lenguas oficiales.
Pues bien, frente a la claridad diáfana de los datos, surgen personas, tanto en Catalunya como fuera de ella, que manifiestan su voluntad de ir en contra de este sistema de inmersión lingüística y abogar por una mayor presencia del castellano como lengua vehicular, ya sea mediante un sistema mixto en que unas asignaturas se impartan en castellano y otras en catalán, ya sea mediante el establecimiento de aulas diferenciadas en función del idioma vehicular de las clases. Los argumentos de estas personas contrarias a la inmersión lingüística se pueden clasificar en tres grandes grupos.
El primero de ellos es el argumento acientífico. Se basa en negar los datos y las evidencias empíricas que siguen un rigor científico. Las personas que sostienen este argumento negarán la validez de los datos si contradicen sus tesis. Sostendrán que las pruebas de evaluación no son correctas, o no miden adecuadamente el nivel, cuando en realidad lo relevante es que al ser únicas para toda España permiten efectuar valoraciones comparativas entre comunidades. Para estas personas tendrá mucha mayor validez que el cuñado de una tía segunda tiene un amigo que vive en Catalunya, cuyo vecino tiene un hijo que de vez en cuando mezcla palabras de castellano y de catalán. O nos convertirán en estudio científico el hecho de que hayan visto dos posts en internet, escritos por catalanes, en que se cometen diversas faltas de ortografía. Como si no hubiera posts en internet escritos por castellanohablantes con abundantes faltas de ortografía en su propia y única lengua materna, lo cual es aún más sangrante. Ello será obviado. Estas personas, a partir de cuatro experiencias propias, o ajenas asumidas como propias, elaborarán su teoría de que el castellano en Catalunya cada vez se conoce menos y peor. Desde luego, un canto a la aberración científica. Estas personas posiblemente son descendientes de aquellos que seguían sosteniendo que la Tierra era plana porque ellos la veían plana, aunque se les exhibieran cien pruebas irrefutables de lo contrario. Ante este argumento sólo cabe una respuesta: unas personas que tienen tan poco respeto por el método científico, o que directamente se lo pasan por el arco de triunfo, ni mucho menos pueden erigirse en garantes ni precursores de ningún tipo de educación. Porque uno de los pilares básicos de la educación en un mundo civilizado es precisamente atender al método científico y al rigor de los datos, recopilados y sistematizados según el mismo.
El segundo de los argumentos es el argumento utilitarista. Este es un argumento algo más sibilino. Sostiene que hay que dar más peso al castellano porque es más útil, porque lo hablan más personas, porque si ya nos entendemos todos en castellano, para qué complicar el asunto con otros idiomas minoritarios y “poco útiles”, que no hacen más que distraer. Que en realidad, lo que hay que hacer es dar más peso al inglés y, de paso, al castellano, porque son más útiles, pero en detrimento de las lenguas minoritarias. Curiosamente, a las personas que sostienen este argumento no se les ocurre demandar que se dejen de enseñar las ecuaciones de segundo grado por su escaso uso práctico en la vida diaria o que se deje de impartir latín por la reducida utilidad de una lengua muerta, más allá del Vaticano. Pero la realidad es que la escuela no ha de impartir conocimientos estrictamente útiles, sino que ha de formar a personas en múltiples conocimientos, dotarles de una cultura amplia, cuanta más mejor, dar a conocer la diversidad, fomentar la tolerancia. Estamos formando personas que han de tener capacidad de razonar, de pensamiento crítico, y sólo abriendo su mente con diversos conocimientos, no necesariamente útiles, se consigue tal objetivo. Desde este punto de vista, el arte carecería de todo sentido educativo puesto que no tiene ninguna practicidad material. Pero resulta que no estamos formando robots que sólo requieren conocer aquello estrictamente necesario para desempeñar una función programada. Todo ello sin tener en cuenta que para un ciudadano de Catalunya el conocimiento de las dos lenguas oficiales sí tiene un carácter práctico, tanto para relacionarse como para desarrollarse profesionalmente como adulto.
El tercero de los argumentos es el de los derechos, mi argumento favorito por lo perverso de su aparente y sutil bondad. Lo manifestaba el señor Arcadi Espada en un reciente artículo: “Y también la Generalitat tiene razón cuando afirma que, con el sistema actual, los escolares acaban su formación con un conocimiento similar de las dos lenguas. No. La cuestión es simbólica”. O sea, el señor Espada reconoce implícitamente que el cambio que él propugna podría suponer que los escolares no acabaran su formación con un conocimiento similar de las dos lenguas pero que es una cuestión simbólica, una cuestión de derechos, del derecho a elegir. Por supuesto que es una cuestión de derechos. Pero no los de los padres. ¡Los de los hijos! Porque en educación hay un derecho que prevalece por encima de todos los demás: el derecho de los alumnos a aprender. Y en este caso, el derecho de los niños a salir de la escuela con un conocimiento similar de las dos lenguas. Ningún padre puede anteponer sus derechos a los de sus hijos. Y todo gobierno decente debe hacer prevalecer los derechos de los niños por delante de los derechos de padres, más preocupados por su satisfacción personal que por la formación equilibrada de sus hijos. Porque los hijos tienen derecho a conocer todas las lenguas de su entorno, incluso aunque alguna de esas lenguas no sea del agrado de sus padres. Si ese derecho se garantiza mediante un modelo de inmersión lingüística, como reconoce el propio señor Espada, el gobierno ha de abogar por ese modelo. Porque los hijos tienen derecho a ser educados en la igualdad entre sexos aunque sus padres no la practiquen ni su religión la proclame. Porque los niños tienen derecho a conocer la teoría de la evolución darwiniana aunque sus padres sean fervorosos seguidores del creacionismo. Esa es la obligación de todo gobierno responsable: dotar de los más amplios y equilibrados conocimientos a los alumnos, incluso a pesar de sus padres.
Por último, y ante la repentina amnesia de algunas personas, les recuerdo que la mejor y prácticamente única forma de dominar sobradamente un idioma es mediante la lectura. Leer libros, muchos libros. Esa es la forma de que los niños conozcan en profundidad una lengua. Con la lectura se memoriza la ortografía y se capta de forma natural la gramática. Les recuerdo a esos padres que suya es la obligación de inculcarles el hábito de leer, de crear un entorno cultural en su casa que sea propicio para tal costumbre, de facilitarles libros para que los devoren. Cada vez que esos padres reclaman a la escuela por el escaso nivel de sus hijos están evidenciando su propio fracaso como padres y su dejación clamorosa de funciones. Porque donde predominan las consolas y escasean los libros, donde se prioriza el gasto de dinero en escapadas de fin de semana a parques de atracciones en lugar de a comprar libros, no se puede esperar que surja el hábito de la lectura. Tras ello, esos padres se erigen en supuestos defensores de derechos, quejosos de la inmersión lingüística, culpabilizándola de un mal que los datos y los hechos desmienten. Muestran un desprecio por la evidencia empírica de las cifras, lo que es diametralmente opuesto al concepto de educación científica. Olvidan que si la escuela garantiza el conocimiento del castellano, como indican los estudios, la consecución de la excelencia lingüística depende especialmente de ellos, mucho más que de la escuela. Pero creen ilusamente que con más horas de castellano sus hijos serán más eruditos. Y si ello va en detrimento del catalán, tampoco pasa nada, en otra muestra de desprecio, esta vez hacia la diversidad y la cultura del conocimiento. Que sigan viviendo en su engaño para tapar su fracaso. Mientras, en su casa su hijo sigue sin abrir El Quijote, si es que ese libro está en alguna estantería. Total, que sea la escuela quien se lo haga leer. De “La pell de brau” de Salvador Espriu ya ni hablamos.
“El grande Homero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino; en resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las estranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y siendo esto así, razón sería se estendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno que escribe en la suya” Miguel de Cervantes, del capítulo XVI de Don Quijote de la Mancha
“Quien no conoce las lenguas extranjeras nada sabe de la suya propia” Johann Wolfgang von Goethe
“Babel es tal vez una bendición misteriosa e inmensa. Las ventanas que abre una lengua dan a un paisaje único. Aprender nuevas lenguas es entrar en otros tantos mundos nuevos” George Steiner
“Cada idioma es un modo distinto de ver la vida” Federico Fellini
“Su Alteza, la lengua es el instrumento del Imperio” Antonio de Nebrija, a Isabel I de Castilla la Católica, al presentarle su Gramática
Jordi Montserrat
Una auténtica cuestión de derechos
Artículo | Septiembre 13, 2011 - 1:21pm | Por Jordi Montserrat
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